Libres y eternos
No quedaba
nada más para ti en esta tierra que te dio la espalda y te mandó al exilio. Recuerdo
esa noche, la despedida más cruel y apresurada de todas. Llegaste a casa a toda
prisa, ese departamento en un tercer piso que compartíamos desde hacía un año.
No dijiste mucho al respecto, tomaste una maleta del armario y la llenaste con
poca ropa, tus papeles importantes, te dije que te llevaras nuestros ahorros,
pero te negaste.
Yo sabía que era cuestión de tiempo,
que pasaría tarde o temprano y pensaba irme contigo, pero me detuviste. Era muy
peligroso que fuera contigo, ya era suficiente el vivir juntos. Irían por mí,
me preguntarían cosas, pero me dejarían en paz luego de un rato y de revisar
todo. Me dijiste que volviera a casa de mis padres hasta que todo pasara, pero
jamás mencionaste a dónde irías. Te despediste a prisa, un último beso que
hubiera deseado alargar un poco más y de pronto solo sentí tu calor deslizarse
fuera de mis dedos.
Te expulsaron y tu tierra ya no era
tu tierra, tu patria ya no era tu patria. Dejó de ser la mía. No quería un nombre
o un suelo donde no podías estar tú, decidí negarme a los colores de una
bandera que ya no te abrazaba.
Los
primeros meses continué con una vida tan normal como me fue posible; tenías
razón, me dejaron en paz luego de un tiempo, nada de lo que hiciste apuntaba
hacia mí. Tus secretos apenas compartidos, la manera en que te desenvolvías
conmigo solo para protegerme por si ese día llegaba… lo hiciste tan bien, pero te
faltó dejarme una guía de cómo vivir sin noticias tuyas. Quería dejarlo todo y
buscar en cada rincón del mundo para encontrarte, o encontrar cualquier pista
tuya. Un mensaje secreto, una imagen oculta, esos juegos de palabras y rompecabezas
que tanto disfrutaste.
Por
eso corrí a ti tan pronto lo supe, tan pronto los demás redujeron tu nombre a
otro en una lista de traidores. Traidores a sus mentiras, pero siempre fieles a
la verdad. La verdad que tú y yo conocíamos, que todos conocían, pero nadie
quería que se supiera. Jamás los entendí a ellos, que apuntaban con sus armas a
quienes los hacían sentir amenazados. Apuntaron hacia mí una vez, antes de
dejar el país también, pero no bajé la mirada ante ellos. Tú jamás dejaste que
el miedo te pusiera de rodillas, así que yo tampoco lo hice.
Ahora
estamos aquí de nuevo. Volvimos luego de reencontrarnos en el final del mundo.
Volvemos a este inicio, a esta montaña donde comenzó todo para nosotros. Yo no
quería, pero tú insististe tanto, que no podía negarme. Y estamos aquí sentados
bajo los árboles, observando la ciudad mientras bebemos vino en la cima del
mundo, sintiéndonos jóvenes, libres y eternos otra vez.
Me
falta tu risa y tus manos. ¿Está todo dentro de esta pequeña urna? Tú estás
ahí. La mitad de ti se quedará aquí, volviendo a la tierra que te vio nacer y
te expulsó, porque quienes se encargaron de echarte esa noche entre las
sombras, como si fueras un criminal, ahora también se fueron. Vuelves a las
calles que también se cubrieron de cenizas, vuelves como una persona libre, tal
como me lo pediste antes de desearme las buenas noches, aunque era el medio
día. Quizás por eso puedo devolverte a este país sin tanto recelo. Porque aquí
también existimos nosotros en algún momento. Nuestras manos entrelazadas, los
besos robados, las risas clandestinas.
Vuelves
a mí, vuelves a tu tierra y me quedo siempre contigo. Pronto te alcanzaré de
nuevo una vez más, estas cenizas que vuelan en el viento me mostrarán el camino
hacia la eternidad, y beberemos vino una vez más.
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