Esqueletos en el armario (2 de octubre)
2 de octubre no se olvida.
2 de octubre no se olvida.
2 de octubre no se olvida.
No sé cuándo fue la primera vez que escuché esa frase, o desde
cuándo conozco lo sucedido el 2 de octubre de 1968, pero sé que se siente como
una historia de la que soy parte, incluso si fue 27 años antes de que yo
naciera. Corrección, es una historia
de la que soy parte, incluso cincuenta años desde que ocurrió, pero no lo entendí
hasta ser uno de esos estudiantes universitarios del país, que conoce la
historia y también la vive. Y recuerda, no sólo por la ira que crea la
injusticia y no muere en el presente, sino porque se repite. Se repite con los
43 de Ayotzinapa en 2014, con Javier, Daniel y Marco, los estudiantes de cine asesinados
en Guadalajara en 2018, con un gobierno al que no le importa la educación y no
invierte recursos en las universidades públicas, se repite con los ataques y
represalias llevadas a cabo el mes pasado durante la movilización en Ciudad
Universitaria de la UNAM.
Cada país tiene esqueletos en el armario, en México son fosas.
Y uno de los más grandes, se llama Tlatelolco, 1968. 2 de octubre no se olvida,
porque olvidar sería decir que no nos importan los que se fueron ni los que
sobrevivieron. Sería decir que no nos importa la crueldad con la que todavía
ahora se agreden los derechos de estudiantes y profesores en el país. Un país
que recurre a la violencia para silenciar a aquellos que denuncian -ahora-
injusticias y abusos, y exigen -como antes- soluciones a problemas a los que no
dejamos de enfrentarnos año tras año.
2 de octubre no se olvida, porque olvidar sería guardar
silencio, dejar de denunciar la realidad de un pasado que aún se vive en las
escuelas, ahogar la llama que nos impulsa a salir a las calles a pesar del
peligro para exigir una justicia que después de cincuenta años no se ha hecho.
Y no podemos permitir que nos hagan callar, no cuando ves a amigos y conocidos
organizando marchas para alzar la voz en conjunto, un momento donde todos se
une bajo una gran causa, ya sea de forma presencial o con el apoyo desde lejos
que nos permiten las redes sociales y la tecnología. No podemos callarnos
cuando unos desaparecen y a otros les pagan para ponernos en contra los unos a
los otros, para intentarnos rompernos desde dentro, cuando un desconocido trata
de cuidar a otro de las agresiones injustificadas de un tirano con miedo. Es un
pasado todavía vigente, donde dicen que somos el futuro del país, pero tratan
de ahogarnos a golpes. Somos el futuro, somos el presente igual que ese 2 de
octubre, ahora de 2018.
2 de octubre no se olvida, porque los golpes y las agresiones
no se acaban. Primero Tlatelolco en el 68, después el Halconazo en el 71, Aguas
Blancas en el 95, Acteal en el 97. No termina y nuestras voces tampoco,
apoyadas por los que murieron de forma injusta entre las balas antes de tener
siquiera la oportunidad de volver a casa. Un episodio que sigue vivo desde hace
cincuenta años, y seguirá así, porque 2 de octubre no se olvida.
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