"De nosotros depende que el amor sea eterno" - (Reseña El amante japonés de Isabel Allende)
En el primer momento en que este libro llegó a mis manos
gracias a un intercambio literario, me sentí un poco confundida porque, ¿El
amante japonés? ¿De verdad parezco una persona a la que le gusten las novelas
románticas? La verdad no sé si lo parezco o no, pero no es un género que sea
precisamente de mi agrado. Las leo y quizá hace unos años sí buscaba libros de
romance, pero ahora no. Como sea, decidí darle la oportunidad al darle la
vuelta y leer lo que ponía la contraportada, una increíble idea que me convenció
de abrir el libro un par de días después de que me lo regalaran, porque si bien
los romances no son lo mío, las historias que hablan o se basan en acontecimientos
históricos bélicos, como la Segunda Guerra Mundial, sí que lo son.
Así pues, dos días después abrí por
fin el libro y lo primero que encontré, fue un extracto de un poema de Sor
Juana Inés de la Cruz, a modo de epígrafe. Aquí entré en conflicto por algo
demasiado personal (la poesía en español
y yo no tenemos la mejor relación y Sor Juana no me lo pone sencillo), pero pasé
a la siguiente página y desde la primera oración, la historia me atrapó, con el
nombre de Irina Bazili, una chica polaca a la que acompañaría durante sus
siguientes tres años trabajando en Lark House, la residencia geriátrica donde conocimos
a Alma Belasco.
La narrativa se siente tan ligera,
que los capítulos pasaban rápido ante mis dedos y siempre era un “otro más”
antes de dormir o hacer lo que debía de hacer. Los escenarios cambian con una
facilidad tan bien planeada, que es imposible perderse entre los saltos
temporales, pero lo más bello es la forma en que cada personaje va desvelándose
poco a poco. Sus historias del presente adulto se mezclan con aquellas de la
niñez, lo cual nos permite entenderlos mejor y de ese modo, tomarles cariño.
Está Irina con su cabello rubio,
aspecto de muchachita y orígenes moldavos; Alma Belasco, con su gato, sus
diseños en seda y los viajes que empezaron desde que dejó Polonia; Nathaniel
Belasco, bondadoso abogado respetado en San Francisco, como lo fue su padre; Ichimei
Fukuda, el hombre que nunca parecía envejecer, con sus gardenias y cartas
breves.
Todos estos personajes y otros más,
entretejen la historia de una manera tan perfecta, con sus inseguridades y
defectos, esos que en el fondo reconocen e, incluso cuando la historia podría
parecer “predecible”, Isabel Allende logra sorprender al desvelar secretos que
están ahí con un claro propósito, y sin ser un intento marcado de justificar
aquello que podría resultar “extraño” en capítulos anteriores, pero uno de los
detalles más bellos sin duda alguna, o que al menos lo fue para mí, son las
breves cartas de Ichimei Fukuda, esas que hacen que todo el libro,
especialmente el final, se sienta como una caricia suave y cargada de
sentimientos.
Es una novela romántica, sí, pero no
es ese amor idílico que últimamente se plantea en novelas juveniles. Es algo
que entre letras se siente más fuerte y más puro, se transmite y llena de
cierta melancolía. Es el amor de unos viejos que han aprendido juntos. El amor
de las amistades inesperadas. El amor de una familia. El amor de las despedidas y de los reencuentros. Un amor que toma tiempo y
se cultiva clavando sus raíces en lo más hondo de los personajes, así como del
lector.
“[…] y quien diga que todo fuego se apaga solo tarde o
temprano, se equivoca: hay pasiones que son incendios hasta que las ahoga el destino
de un zarpazo y aun así quedan brasas calientes listas para arder apenas se les
da oxígeno.”
Me dejas en la intriga del contexto en que se desarrolla esta historia de amor. Definitivamente, voy a tener que leerla, pues por lo que dices, es una inolvidable historia de amor eterno frente a cualquier adversidad.
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