Se necesita el mar (original).

Si no lloras, te inundas.

Así que anda, hazlo. Llora.

Llóralo todo. Llora hasta que se te sequen los labios y los ojos, y te arda el rostro húmedo, la nariz y la cabeza; hasta quedarte dormido e incluso llora mientras duermes, llora todo pero no te ahogues.

Llora por todas esas personas con las que prometiste mutuamente estar juntos hasta el final de los tiempos y ya no están, se han ido o los has alejado. Llóralos como si estuvieran muertos y no los fueras a encontrar nunca más en la calle ni en tus recuerdos.

Llora en silencio en memoria de todas esas promesas rotas que ahora te rompen a ti; o llora descontroladamente, alza tu cabeza al cielo y grita y sacúdete, sacude ese polvo que has acumulado, toda esa basura que no te permite drenarte y hacer tu catarsis.

Respira hondo, o hiperventila si es necesario aunque no sea bonito, nadie dijo que todo en la vida fuera agradable y llorar no lo es, pero sabes que lo necesitas porque te estás hundiendo, te estás ahogando, te inundas en tierra, así que sácalo. Pon la música más triste que encuentres y escúchala una, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra vez hasta que tus brazos y tus piernas estén lánguidas. Y escúchala otra vez.

Cubre tus ojos con las palmas de las manos, acurrúcate en un rincón o abrázate a ti mismo porque no hay nadie más ahí, porque todos están muy lejos o es muy tarde para buscar otros brazos; o abraza tu almohada que es tu fiel compañera y quédate entre las sábanas en posición fetal porque eso te hace sentir más seguro y llora con los ojos cerrados, o con los ojos abiertos viendo un rincón de tu habitación.


Llora en nombre de todos tus miedos e inseguridades, esas que escondes en lo más profundo de ti bajo la perfecta apariencia de alguien que no se quiebra al dar un paso; por esos miedos que te guardas cuando te muerdes las uñas o pones los auriculares con la música fuerte, encerrándote en otro escudo lejos de todo lo que te puede dañar. Sí, también por tus debilidades, por cada cicatriz en tus manos, en tus brazos, en tus piernas cuando quisiste rendirte y ahora son recordatorias, puntos y comas de las cuales a veces te avergüenzas y otras veces te impulsan a seguir adelante, llora por cada una de esas fisuras y remiendos en tu interior que son incomparables con la cantidad que hay en tu piel.

Acábate la caja de pañuelos que no usabas desde la última vez que te dio gripa, o sigue empapando la sábana, o simplemente intenta encontrar un lugar seco de tus manos para alejar el llanto; o deja el agua correr, deja la tristeza maquillar tu rostro esa noche porque claro, las madrugadas son para las almas rotas y los corazones solitarios, con la oscuridad abrazándote de forma cálida, diciéndote que hay un lugar donde está bien llorar.

Rompe al llanto. Déjate caer un momento y llora todo lo que te has guardado en meses de ir y venir, de ver que las cosas se caen y sientes no conocer lo que es un día donde la vida te sea grata, donde te sonría un poquito por más que tú le sonríes. Déjate romper, hacer y deshacer por la tristeza, la melancolía, la desesperación, la desolación, los recuerdos que tanto te atormentan, la rabia de las viejas promesas, de la impotencia por no poder cambiar ni la más mínima cosa, por no poder empezar de nuevo, del sentimiento de patetismo que te embarga en ese momento, cada uno de tus errores, de tus fallos, todo aquello que no lograste, deja que te rompa todo, absolutamente todo, que te resquebraje y te deslaves como un cerro de tierra frágil, ya luego te construyes, pero lo primero es no inundarte.

Si las lágrimas se acaban y sientes que ya no puedes más, pero todavía te sientes ahogar, entonces mete tu propio dedo en tus heridas, esas que siguen medio abiertas, porque de ahí saldrán las lágrimas que faltan para que no te ahogues. Busca en todos los sitios de tu mente, porque mientras te sientas atrapado, significa que no has llorado lo suficiente; si no puedes ver la más nimia esperanza al entreabrir los ojos, es porque no has terminado todavía.

Entonces llora de nuevo, hasta que sientas la garganta desgarrada, llora incluso con una sonrisa en los labios. Llora frente al espejo luego de lavarte la cara, obsérvate con tu falsa paz, llora de nuevo y vuelve a enjuagarte el rostro.

Llora de forma desesperada intentando encontrar consuelo y compañía en las canciones que te dan las palabras que más necesitas, esas a las que acudes como una salida de emergencia y cuya lista de reproducción es tu botiquín de primeros auxilios. Llora en ellas, en el triste piano, el solitario arpegio, la voz empolvada… pero también en la batería enojada, en el bajo que reverbera en tus latidos, en las palabras que salen también como un grito desesperado y no solamente una frase tranquila, no solamente un susurro.

Llora todo, hasta la cosa más pequeña, porque si no lloras, te inundas. Y no necesitas el mar.

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